PRIMER ENCUENTRO TERAPÉUTICO CON TEODORO GUZMÁN: DESAFÍOS, APRENDIZAJES Y REFLEXIONES PARA LAS FAMILIAS ©
LA IMPORTANCIA DE LA DISPOSICIÓN PERSONAL EN EL PROCESO PSICOTERAPÉUTICO
No todo inicio en psicoterapia es sencillo ni prometedor. La mañana del encuentro con Teodoro Guzmán, un adolescente de 14 años trajo consigo un calor abrumador propio de julio de 2018, tan intenso que parecía derretir el asfalto de la ciudad. Teodoro llegó acompañado por su madre, ambos de origen chileno, y desde los primeros minutos se hizo evidente la tensión que rodeaba la sesión. La madre, visiblemente preocupada, buscaba respuestas y soluciones, mientras que Teodoro, arrastrado a consulta bajo la presión materna, mantenía una postura claramente defensiva.
Teodoro era un muchacho que reflejaba una mezcla de ansiedad y síntomas depresivos: irritabilidad frecuente, baja energía, pérdida de motivación, tendencia al aislamiento y una escasa tolerancia a la frustración. Sin embargo, tras una fachada de autosuficiencia e inteligencia, se percibía una autoestima en deterioro, como si cada palabra pronunciada fuera un escudo para no mostrar sus heridas internas. Desde el primer instante, se mostró reacio a participar en el proceso terapéutico.
El motivo era claro: para Teodoro, la terapia era “para locos” y él, según sus propias palabras, no estaba loco. Con argumentos cortantes, rechazaba la posibilidad de recibir ayuda profesional, convencido de que sus compañeros de edad, quienes compartían experiencias y preocupaciones similares, podían ser mejores consejeros que cualquier persona adulta. El terapeuta, con paciencia y amabilidad, intentó desmontar ese prejuicio, explicando el valor de contar con un “consejero” experimentado que pudiera ofrecer una perspectiva distinta y herramientas para enfrentar los desafíos de la vida.
A pesar de los argumentos racionales
presentados por el terapeuta, Teodoro continuó mostrándose argumentativo y
resistente, refugiándose en la creencia de que sus amistades, al estar cerca en
edad y circunstancias, comprendían mejor lo que estaba viviendo. Sin embargo,
detrás de esa resistencia se encontraba una situación familiar compleja: la
reciente separación de sus padres había generado en él un profundo conflicto de
lealtades y un proceso de ajuste emocional difícil de transitar. Este duelo
familiar añadido intensificaba su rechazo tanto a la terapia como a cualquier
forma de intervención adulta.
El terapeuta optó entonces por cambiar el enfoque de la conversación y llevarla hacia el concepto de “aprendizaje”. Citó a José de la Luz y Caballero, pensador cubano, quien sostenía que “la educación comienza en la cuna y termina en la tumba”, señalando que el aprendizaje es un proceso continuo y acumulativo que no termina mientras vivamos. Relató a Teodoro cómo, incluso si alguien viviera cien años, tendría la capacidad y la oportunidad de aprender hasta el último minuto de su existencia. De forma sutil y sin imponer, llevó a Teodoro a considerar la posibilidad de que abrirse a nuevas experiencias —como la terapia— era, en sí, un acto de inteligencia y crecimiento.
En este punto del diálogo, la postura de
Teodoro comenzó a mostrar fisuras. Ya no se mostraba tan altanero ni
autosuficiente, y su actitud defensiva se tornó en una ligera receptividad. El
terapeuta aprovechó el momento para explicar que la terapia no es solo un
espacio para resolver “problemas de locos”, sino una oportunidad para aprender
sobre uno mismo, sobre cómo gestionar las emociones y cómo construir
herramientas para el bienestar. Presentó dos vías de aprendizaje: la que se
basa en aprovechar la experiencia de quienes han recorrido caminos similares, y
la que transita por el ensayo y error, llena de caídas y tropiezos. “La primera
es para quienes quieren aprender de manera inteligente; la segunda, para
quienes están dispuestos a repetir los mismos errores una y otra vez”, señaló
el terapeuta.
Como tarea para reflexionar, se le pidió a
Teodoro que pensara profundamente en lo conversado: que evaluara si realmente
deseaba embarcarse en el proceso terapéutico, no como un castigo ni una
obligación, sino como una oportunidad para el autocrecimiento y el bienestar.
El reto era claro: decidir, desde su voluntad y no desde la imposición, si
deseaba asumir el proceso terapéutico como un viaje de aprendizaje personal.
REFLEXIONES PARA LA FAMILIAS
Lo sucedido con Teodoro Guzmán invita a una
reflexión más amplia sobre el papel de las familias en los procesos
terapéuticos de niñas, niños y adolescentes. Es natural que madres, padres o
personas cuidadoras, movidas por la preocupación legítima ante determinados
comportamientos de sus hijas e hijos, elijan referirlos a servicios de terapia.
Sin embargo, a menudo se pasa por alto una verdad fundamental: la psicoterapia
requiere, para que sea efectiva, del deseo y la disposición genuina de la
persona que la recibe.
Frecuentemente, existe la creencia de que
llevar a una hija o hijo al terapeuta es similar a acudir con un médico general
o un especialista. Si bien en consulta médica, la persona puede recibir un
tratamiento pasivo (como la administración de medicamentos o procedimientos),
en psicoterapia el elemento central es la participación, la voluntad de
explorar y trabajar aspectos internos que solo pueden ser abordados desde la
apertura y el compromiso personal.
Por ello, es fundamental que quienes
acompañan a las y los adolescentes en procesos terapéuticos se informen y
preparen para entender en qué consiste este tipo de intervención. No se trata
solo de “llevar” al consultorio, sino de crear las condiciones necesarias para
que la persona joven sienta que la terapia es una herramienta y no una sanción.
Esto implica dialogar sinceramente sobre los objetivos de la terapia, escuchar
inquietudes y miedos, y validar el derecho a expresar dudas o resistencias.
Además, es importante recalcar que la
adolescencia es una etapa marcada por la búsqueda de autonomía y la
consolidación de la identidad, lo cual puede traducirse en una resistencia
natural a las figuras de autoridad y a las intervenciones externas. El papel de
la familia debe ser el de guía y acompañamiento, no el de imposición.
CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES
El caso de Teodoro muestra las dificultades y matices que atraviesa el inicio de un proceso psicoterapéutico en la adolescencia. La primera sesión rara vez es un encuentro sencillo o lleno de avances inmediatos. Es, más bien, el inicio de un camino que requiere tiempo, confianza y, sobre todo, el respeto a los ritmos y decisiones de la persona joven.
Como recomendación, las familias pueden:
- Informarse sobre el proceso psicoterapéutico antes de buscar ayuda profesional.
- Abrir espacios de diálogo en casa para abordar la posibilidad de iniciar terapia, permitiendo que niñas, niños y adolescentes expresen sus ideas y emociones al respecto
- Evitar frases estigmatizantes como “la terapia es para locos” y promover una visión saludable y positiva sobre la salud mental.
- Acompañar y apoyar, en lugar de imponer, el camino terapéutico, reconociendo que la decisión última debe partir de la persona que recibirá la ayuda.
- Ver la terapia como una oportunidad de aprendizaje y crecimiento, no solo como una solución a problemas o crisis.
En definitiva, la psicoterapia es un
proceso profundamente humano, que requiere sensibilidad, disposición y
compromiso de todas las personas involucradas. El caso de Teodoro Guzmán enseña
que, aunque los inicios puedan ser difíciles, siempre hay espacio para la
apertura, el aprendizaje y la esperanza.
NOTA: Las fechas, datos personales y
locaciones han sido sustituidos para proteger la identidad del paciente.
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