ENCUENTRO ENTRE EL TERAPEUTA Y LA FAMILIA ©
UNA VISITA PECULIAR
En una fresca y luminosa mañana del mes de febrero de 2002, el psicoterapeuta se dispuso a realizar una visita domiciliaria después de varios intentos de coordinación. Las circunstancias previas habían estado marcadas por contratiempos y aplazamientos, pero cada uno de estos había sido justificado por las complejidades del día a día de la familia que él estaba por atender. Con un propósito firme en mente, el psicoterapeuta llegó a la casa de “Rafaelito” con la misión de evaluar, y diseñar un plan de terapia que respondiera a las necesidades planteadas al solicitarse los servicios para él.
Tras tocar el timbre, un breve silencio
antecedió la apertura de la puerta. Fue el padre de familia, el señor Rafael,
quien salió a recibir al visitante. El terapeuta, con su habitual voz cálida y
profesional, saludó: “Buenos días, soy Roberto, el psicólogo”. El hombre, al
escucharlo, no necesitó presentación formal. Su voz le era conocida de las
múltiples conversaciones telefónicas que habían sostenido en semanas
anteriores.
La reacción del señor Rafael fue
inmediata. Con una mezcla de alivio y camaradería, exclamó: “¿Es usted Roberto?
Pase, por favor.” Y, casi al instante, añadió en un tono relajado y salpicado
de jerga cubana que revelaba su origen: “Mire, ahí tiene al ‘bicho’ para que me
lo arregle”. Sus palabras, aunque dichas en un espíritu coloquial, reflejaban
un profundo deseo de encontrar soluciones para su hijo, Rafaelito.
El terapeuta, con paciencia y humor,
entendió el trasfondo de la expresión. Mirándolo a los ojos y con una sonrisa
afable, le respondió: “Señor Rafael, parece que usted me ha confundido con un
mecánico o plomero. Yo soy solo psicólogo... no pretenda que yo les arregle
algo. Vengo a ayudarles a resolver un problema que ustedes no han podido
resolver hasta ahora”. Su respuesta, cargada de empatía y firmeza, estableció
el tono para lo que sería una relación de colaboración.
El comentario inicial del padre, aunque en
apariencia inofensivo, puso de manifiesto una mezcla de expectativas y
resignación que muchas familias enfrentan al buscar ayuda profesional. El
terapeuta sabía que su labor no solo consistiría en trabajar con el pequeño Rafaelito,
sino también en construir una alianza con sus padres, quienes jugaban un papel
crucial en el proceso.
Una vez dentro de la casa, terapeuta
observó el entorno. El hogar, modestamente decorado, reflejaba calidez y
esfuerzo. En una esquina de la sala, los juguetes de Rafaelito estaban
esparcidos, testigos silenciosos de su mundo interior y forma comportamental.
El niño, curioso, pero ligeramente reservado, asomó la cabeza desde el pasillo,
mirando cautelosamente al extraño que había cruzado el umbral de su puerta.
El especialista, consciente de la
importancia de la primera impresión, se dirigió a Rafaelito con un tono amable:
“Hola, campeón. Me llamo Roberto. He venido a conocerte y a jugar un rato
contigo.” Al escuchar estas palabras, el pequeño relajó un poco su postura y se
aproximó tímidamente.
EL INICIO DE UN CAMINO
Durante la elaboración de la “Evaluación
Biopsicosocial”, Roberto no solo realizó una evaluación preliminar y elaborar
un Plan de Terapia, sino que también se dedicó a explicar a los padres la
naturaleza de su trabajo. Les habló sobre la importancia de la colaboración, la
paciencia y el esfuerzo conjunto. Rafael, aunque inicialmente escéptico,
comenzó a comprender que el proceso no implicaba “arreglar” a su hijo, sino
ofrecer herramientas para fomentar su desarrollo y bienestar.
El camino que iniciaron ese día no estuvo
exento de desafíos. Sin embargo, la conexión establecida entre el terapeuta y
la familia sentó las bases para un proceso transformador. Con cada visita, la
relación entre ellos se fortalecía, y Rafaelito, poco a poco, comenzó a mostrar
algunos avances que llenaban de esperanza a todos los involucrados.
La anécdota de aquella mañana no solo
ilustra la complejidad de las dinámicas familiares y las expectativas en torno
a la terapia, sino que también resalta la importancia de la empatía, el humor y
la comunicación en el trabajo terapéutico. Para Roberto, aquel encuentro fue un
recordatorio de que, más allá de las técnicas y estrategias, el éxito de la
terapia radica en la humanidad compartida entre terapeuta y familia. (06-18-25)
NOTA: Las fechas, datos personales y
locaciones han sido sustituidos para proteger la identidad del paciente.
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